...que los caminos se bifurquen en escritura que se bifurca en escritura que se bifurca en escritura que se bifurca... Que el pensamiento se haga red y la red, encuentro...

jueves, 28 de julio de 2011

El desdoblamiento: Entre la literatura y la música (por Miguel Escobar*)

Si bien en el taller el tema del doble se abordó en la literatura y el cine,  también es interesante trabajar la temática en las letras de canciones. El presente análisis va a versar sobre dos canciones en las que la cuestión del doble está presente de distintas maneras. Uno de los textos a analizar es “Corre dijo la tortuga”, del disco Mentiras piadosas (1990) de Joaquín Sabina. El otro,  que establece una relación de intertextualidad con una obra de Robert  Louis Stevenson, pertenece a Los Aldeanos, un dúo de Hip hop cubano y lleva por título “Doctor Jekyll y Mr Hyde” (2003, del álbum homónimo). El clásico de Stevenson dio lugar no sólo a muchas películas sino también a otras piezas musicales.
    En las producciones escritas de tan disímiles autores como Sabina y Aldeanos  hay algún punto en común: la tipología en cuestión es la del desdoblamiento. Es decir, hay una dualidad que se manifiesta en un solo ser, cuando dos personalidades  o encarnaciones coexisten en un mismo individuo. Esta dualidad varía en uno y otro texto. A continuación se clarificará la misma.

    En “Corre dijo…” el yo poético reconoce las debilidades de, podríamos llamar, un otro yo lírico que desembocan en el desdoblamiento. Dicho reconocimiento se da proyectando un otro yo para fustigar lo que hay en uno. Para alcanzar el desdoblamiento se recurre a las personas gramaticales que refuerzan la idea de dualidad. En primer lugar, con el uso de la tercera persona: “el pariente pobre de la duda; con el íntimo enemigo que malvive…” y la adjetivación por enumeración: “caprichoso, orgulloso, receloso, fugitivo, traidor”. En segundo lugar, a partir de la reiteración del pronombre personal en segunda persona: “a ti te estoy hablando, a ti te estoy gritando;  a ti que nunca sigues mis consejos” y las vomita de manera contundente a otro yo que es él mismo y al cual acepta no sin antes rechazar: “el enemigo que malvive de pensión en mi corazón”; “el más oscuro de los dos”, "que estás metido en mi pellejo” y gracias al cual “llevó a escribir esta canción”. En resumen, la dualidad está dada en la sensibilidad de ese yo lírico que se impone en algunos momentos: “a ti que nunca sigues mis consejos; a ti que no te debo, más que el empujón de anoche que me llevó…”.
     En la canción de Aldeanos si bien podríamos distinguir dos yo líricos (somos yo y yo), el desdoblamiento está bien marcado y se da a partir del diálogo de Jekyll y Hyde, por lo tanto, acaso hay reminiscencias o aproximaciones a la construcción de un texto teatral. Aquí los personajes de Stevenson son dos entidades, dos seres. En palabras de los cubanos: “dos almas de un ser prisioneras”; “un alma dividida en dos” o “dos en un cuerpo”. El número dos cobra entonces total relevancia para marcar el desdoblamiento, enfrentamiento que marca diferencias pero que no permite romper la  convivencia entre esos dos: “lo que más me jode es tener que cargar contigo; dónde te esconderías tú si no existiera; eres la mitad podrida; qué sería de ti sin mí, somos yo y yo”, y donde  se acentúa con el juego de oposiciones, algo que no se da en la letra de Sabina.  Ambas voces son contundentes y se enfrentan en  “una batalla del binomio que dentro de todos hay”.
    Si en la novela de Stevenson la época victoriana aparece en las descripciones del espacio y en los conceptos filosóficos que aparecen en la confesión de Jekyll al final del texto, en la canción de Aldeanos también se refleja una época y tiempos muy difíciles de todo el mundo: “muchos en la prostitución se amparan; lo primero es tener dinero; si te dañan, daña imbécil, se llama supervivencia, todo es competencia; que muera la razón”.
    Por otro lado, la tensión entre Jekyll y Hyde está muy bien marcada en un juego de oposiciones que se alinean detrás del bien y el mal al promediar la canción: “luz/oscuridad; bien/mal; amor/odio; bondad/crueldad; Señor/ Satán”  y se acentúa al final de la misma con una enumeración en la cual se destacan la calma/tormenta; paz/guerra o el ying/yang. La tensión entre lo bueno y lo malo se refuerza más aún en el nivel del relato con la utilización de sustantivos abstractos de rima consonante: “humanidad, bondad, verdad, sinceridad, imbecilidad, oscuridad, vanidad, crueldad, maldad”. Por su parte, en el cantante de Úbeda y en este mismo nivel se destacan algunas aliteraciones en los  paralelismos: “a ti te estoy hablando”/ “a ti te estoy gritando” y en la anáfora “a ti “.
    Así como la letra de los cubanos atrapa por la fuerza de todo lo analizado, es muy recomendable la interpretación del dúo, por la música, y por los coros también.
   En conclusión, en Sabina el desdoblamiento se da en un nivel íntimo o particular del yo lírico a diferencia de “Dr. Jekyll y Mr. Hyde” donde la tensión de la dualidad en el “ser” se proyecta a un nivel más amplio de tipo general/global.


* Miguel Escobar es profesor de Lengua y Literatura

lunes, 18 de julio de 2011

El tema del doble en "El blondo Eckbert" de Ludwig Tieck (por Gustavo Lezcano*)

("El blondo Eckbert" de Ludwig Tieck (1797) puede leerse aquí)


El relato “El blondo Eckbert”, del romántico alemán Ludwig Tieck, es una memorable combinación de cuento de hadas con relato psicológico. El autor exploró los abismos del alma humana en una narración de corte onírico.
  El argumento, a grandes rasgos, es el siguiente: Berta vive feliz con su caballero Eckbert en un castillo de la región del Harz. Una noche, a pedido de su esposo, le cuenta su vida a Walter, un amigo de ambos: maltratada por sus padres, escapó hacia la montaña y tras un largo vagar fue acogida por una misteriosa anciana que la instruyó en las cosas elementales de la vida. Pero un día en que la vieja había salido de viaje, la invadió el deseo de abandonar aquella soledad y conocer el mundo. Entonces, robó un pájaro de la anciana que ponía perlas, así como una buena provisión de ellas, y se marchó a la ciudad. Allí, debido a la culpa que sentía por haber abandonado a su madre adoptiva, dio muerte al pájaro, único testigo de su pasado, y se casó con Eckbert. Cuando finalizó la narración, un breve comentario de Walter le hace sospechar que éste sabe más de ella que ella misma. Un sentimiento de culpa la embarga y muere a los pocos días. Eckbert, en su desesperación, busca a Walter en el bosque y lo mata. Después, ante el acecho de la locura, decide emprender un viaje para poner en orden sus ideas. Durante éste encuentra a la anciana que crió a Berta, quien le confiesa que había asumido la personalidad de Walter, en su momento y le da una explicación final: la culpa se paga. Berta era hermana de diferente madre del propio Eckbert y su padre la había entregado a una familia de pastores para que la cuidaran. Los hermanos perecen por culpa de su acción incestuosa aunque ignorada.      
  El relato es muy complejo y nuestro abordaje sólo pretende señalar y tipificar superficialmente distintas formas en que se hace presente el tema del doble en el mismo.
  En principio, encontramos una perfecta comunión entre Berta y Eckbert: “parecían amarse entrañablemente, y de lo único que a menudo se quejaban era de que el cielo no quisiera bendecir su unión con ningún hijo”, cuestión que nos remite al “mito del andrógino”. Tal es así que la historia de Berta es la historia con que la pareja declara su amistad a Walter; Eckbert la siente tan propia que es la historia con la que “el alma” (suya, de la pareja) concreta “el irresistible impulso de abrirse del todo”.
Ludwig Tieck
  Al morir Berta desaparece la unidad de esas dos mitades reencontradas y se produce en Eckbert un sentimiento de incompletitud que lo lleva al homicidio y a la locura.
  En segundo término, encontramos la “metamorfosis” de Berta, cuando mata al pájaro robado para dejar atrás su pasado y comenzar una nueva vida, casándose con Eckbert. Este motivo del recomienzo fue explotado posteriormente hasta el hartazgo por el cine y el melodrama y, generalmente, la irrupción del pasado (esa antigua identidad que se intentó sepultar) tiene consecuencias nefastas, como ocurre en nuestro relato.
 Otra forma que  adopta el tema del doble en el cuento que nos ocupa es la del “mito de Anfitrión”. La anciana era una hechicera que se disfrazó y se presentó como Walter en el castillo del matrimonio para destruir la armonía. De esa forma castigó el abandono de Berta y el incesto de la pareja.
  Por último, la cuestión del incesto ignorado por los protagonistas nos habla de un alma escindida en dos cuerpos que estaban predestinados a reencontrarse. No olvidemos que la motivación psicológica inconsciente del incesto es la búsqueda de la “perpetuación de lo idéntico”.
  

*Gustavo Lezcano es profesor de Lengua y Literatura.

miércoles, 6 de julio de 2011

Cuando el pasaje concreta el deseo (por Liliana Schwab*)

Un análisis de “El otro cielo” de Julio Cortázar y “Mulholland Drive” de David Lynch

“…porque los pasajes y las galerías han sido mi patria secreta desde siempre”
JULIO CORTÁZAR, “El otro cielo”

      El presente trabajo comparativo pretende simplemente entreabrir la puerta del laberinto para asomarnos a dos obras de arte contemporáneas que por su riqueza y sugestión invitan  al lector y al espectador a revisitarlas con el ingenuo afán de desvelar sus misterios o simplemente para volver a perderse en sus oscuros pasadizos.
      Aunque lejanos en el tiempo y en el espacio, Julio Cortázar y David Lynch, tienen en común una concepción lúdica del arte. Sus obras desafían la curiosidad y proponen un juego participativo que la recepción debe completar después de varias lecturas.
Pasaje Güemes
      En ambos textos los espacios escogidos funcionan como marcos simbólicos para un enunciado doble, especular. Los respectivos protagonistas, prisioneros de una realidad represiva y frustrante se desdoblan y “pasan” a ese otro mundo “el de los sueños”, en ambos casos asociado a lo prohibido y peligroso y a la concreción del deseo erótico.
      Ya desde sus títulos, los textos aluden a esos espacios que posibilitan el pasaje. “El otro cielo”, hace referencia a los altos cielorrasos de estuco de la Galería Güemes en Buenos Aires y de la Galería Vivienne; “Mullholland Drive” es una calle sinuosa, camino al borde del precipicio, desde cuyas alturas pueden verse las luces de Hollywood. No es casual que Cortázar haya elegido París, la Ciudad Luz durante la Belle Époque, para que el gris protagonista porteño se pierda en un mundo nocturno de galerías, cafés y bohardillas iluminados con picos de gas. Del mismo modo, Lynch elige una calle en Hollywood, la “fábrica de sueños”, para contar una rara historia en la que se entrelaza el amor y la traición con los siniestros intereses de la industria del cine.
Galerie Vivienne
       En el cuento de Cortázar, el plano de la realidad y el de la ensoñación se van tejiendo como en una guirnalda, elemento repetido como un leit motiv para aludir a la ornamentación del paraíso artificial de las galerías y para subrayar los pasajes que van conformando el relato. Ambos planos, que funcionan como perfectos opuestos, simbolizan la dualidad del protagonista, tironeado por la formalidad de su vida pequeño burguesa en Buenos Aires y la bohemia parisina anhelada. El protagonista en Buenos Aires es corredor de Bolsa, es un soltero “que  vive todavía en casa de su madre”[1], circunstancia que justifica su sumisión al tácito autoritarismo de una madre sobre protectora y posesiva. Además está comprometido con Irma, “la más buena y generosa de las mujeres”[2], Irma, la que siempre lo espera “con la sonrisa de las novias arañas”[3]. En Buenos Aires, es el bochornoso calor del verano lo que empuja al protagonista a buscar la sombra del Pasaje Güemes, “esa noche artificial que ignoraba la estupidez del día y el sol ahí afuera”. Del Pasaje Güemes sale a la Galerie Vivienne y así al plano de París, donde siempre es de noche y la felicidad es posible con Josiane, entre las risas y los abrazos de las prostitutas, el humo y el ajenjo, el miedo al estrangulador, la guerra y la nieve. París es para el protagonista “ese mundo diferente donde no había que pensar en Irma y se podía vivir sin horarios fijos, al azar de los encuentros y de la suerte.”[4]
     Para reforzar el tema del doble, Cortázar multiplica los desdoblamientos: la historia está dividida en dos partes, dos ciudades, dos guerras (la franco prusiana en París y la Segunda Guerra Mundial en Buenos Aires), dos lenguas, la invitación a reconocer los dos epígrafes de “Cantos de Maldoror” de Isidoro Ducasse- Conde de Lautremont, la clara alusión a este poeta en la figura del sudamericano y al perverso personaje de Maldoror en el estrangulador Laurent. Y todos esos dobleces caben en el deseo del protagonista, que pugna por ser otro. Ajenidad que reconoce propia cuando está perdido irremediablemente en la seguridad conformista de su resignada vida en Buenos Aires: “Algunos días me da por pensar en el sudamericano, y en esa rumia desganada llego a inventar como un consuelo, como si él nos hubiera matado a Laurent y a mí con su propia muerte”[5]
     El narrador en primera persona protagonista narra esta historia desde un presente nostálgico que entiende que esta historia sólo puede narrarse en pasado: “digo que me ocurría, aunque una estúpida esperanza quisiera creer que acaso ha de ocurrirme todavía.”[6]   Ya casado y esperando un hijo,  y con las responsabilidades del trabajo, el protagonista queda atrapado “del lado de acá”, en el mundo diurno y previsible del “hombre de bien”, destino forjado por las buenas intenciones de su madre. Siente que la guirnalda está definitivamente cerrada y entre una cosa y otra se queda prisionero de su vida plana: “sencillamente me quedaré en casa tomando mate y mirando a Irma y a las plantas del patio”[7]

jugarán frente al espejo a ser gemelas idénticas
        En el film de David Lynch, titulado en la Argentina “El camino de los sueños”, lo onírico lo contamina todo, enunciado y enunciación. El difuso límite entre sueño y realidad toma al espectador desprevenido, ya desde los créditos en los que aparece una danza frenética seguida por un collage de imágenes y escenas inconexas entre sí que, en una segunda lectura, funcionan como claves para la interpretación de la historia. La dulce Betty sonriéndole al futuro, acompañada de dos ancianos bondadosos, el primer plano de una revuelta cama roja, el cartel de la calle Mulholland Dr. iluminada por una luz titilante, el lujoso auto, la amenaza y el inesperado accidente, los perfectos jardines de las mansiones de Sunset Bulevard, la cafetería Winkie´s y la narración del sueño que se hace realidad, realidad que es muerte, que es mendiga, que es pura fealdad ominosa que no puede mirarse sin morir o volverse loco… Y después de esos saltos (aparentemente inconexos) de los que pronto nos olvidamos, comienza la tranquilizadora  historia de Betty, la bella e inocente rubia que llega a Hollywood cargada de sueños. Betty que llega protegida por la bendición de esos dulces ancianos que conoció en el avión y el tradicional cartel del aeropuerto “Welcome to Los Angeles”. Betty que entra al lujoso barrio privado donde vive su tía Ruth y recorre extasiada la lujosa casa… y Lynch nunca nos engaña, la cámara subjetiva que sigue a la protagonista y mira por sus ojos nos está dando una pauta de interpretación, hasta su exclamación ante la espaciosa y hermosa cocina “Es increíble”, está allí para alertarnos sobre la consistencia fantástica de los hechos narrados.
"ella" que se mira en un espejo circular...
         Y dentro de la casa está “ella”, la sensual morocha sobreviviente del accidente que ha llegado amnésica a esa casa. Betty encuentra su ropa, su cartera y acepta con extraña naturalidad la presencia de la intrusa. En un juego de espejos, empieza a desplegarse el tema del doble, que Lynch multiplicará  hasta el infinito. En un antológico fotograma, perfecta síntesis, “ella” que se mira en el espejo circular, “ella” que no recuerda su nombre (porque para la economía narrativa es simplemente “ese oscuro objeto del deseo”) y el afiche reflejado detrás de su bello rostro le proporciona el nombre del ícono sexual por excelencia: Rita (la inmortal Gilda, la femme fatal).
     “Rita” no recuerda nada, no sabe porqué en su cartera repleta de dólares hay una misteriosa llave azul. Con sorprendente predisposición, “Betty” se hace cómplice y le propone llamar a la policía “fingiremos ser otra persona, sólo para saber si hubo un accidente en Mulholland Dr.”
      Y las bellas mujeres hermanadas por el misterio van entrelazando sus almas y sus cuerpos, y será en Winkie´s, donde en “Rita” se despierte el recuerdo de un nombre que ve en la identificación de la camarera: Diane. Diane Selwyn, el nombre necesario que las llevará a encontrar la pobre vecindad, el pobre y sucio cuarto, las abyectas sábanas rojas donde yace el cadáver de una mujer a la que la muerte le ha robado el rostro.
Rebeca del Río con su lágrima pintada...
     Ya las voluptuosas mujeres jugarán frente al espejo a ser gemelas idénticas aunque sepan que ese puro reflejo no es más que puro simulacro, apenas una peluca rubia de pelo de muñeca. Y será un sueño en otra lengua la que las conduzca, juntas como gemelas, en un taxi, en la solitaria madrugada, al Club Silencio, lugar en el que se refuerza la idea de representación, de ficción: “No hay banda. No hay orquesta”. En el Club Silencio todo es artificio. Rebeca del Río, con su lágrima pintada, canta para ellas: “yo pensé que te olvidé pero te quiero mucho más que ayer” y el llanto las hermana y las lava por dentro y por fuera aunque el artificio está a la vista, la cantante cae en el escenario pero sigue cantando en un burdo playback.
     Misteriosamente, dentro de la cartera aparece la cúbica caja azul para la misteriosa llave que devolverá a la protagonista al plano de la insoportable realidad: su historia de amor, celos, humillación y traición. Asistiremos al reverso de la historia y descubriremos que el sueño la redime de ser Diane Selwyn, la amante de Camilla Rhode (la “protagonista”, la ganadora, la elegida). Diane abandonada y deprimida en su triste casa, en su triste vecindad. Y todo va encontrando su perfecto opuesto: la bata de seda de Betty se convierte en la sucia bata blanca de Diane. Y el director de cine, Adam Kesher que se enamora a primera vista de Betty pero es perseguido por la mafia y no puede elegirla para su película es el cínico antagonista que le roba el amor de Camilla y la humilla en público, y los dólares… son el sucio precio para pagar la venganza.
     El sueño de Diane, raro e inexplicable, como todos lo sueños, concreta su deseo de amor, de aceptación, de protagonismo. Y es un sueño fantástico, desmadejado del otro lado de la culpa y el disparo final, para volver a recomenzar.
     
      En conclusión, los protagonistas de ambos textos logran, a través del desdoblamiento, concretar el deseo, olvidar por un momento su triste destino. El narrador homodiegético en primera persona en “El otro cielo” y la focalización interna y subjetiva desde el punto de vista de Diane en “Mulholland Drive” permiten desarrollar con naturalidad ambos relatos fantásticos nutridos con la ambigua sustancia de los sueños, construidos con el reflejo de infinitos espejos enfrentados. Relatos laberintos que nos invitan a perdernos una y otra vez en la ficción, “como para tapar la realidad”[8].


* Liliana Schwab es profesora de Lengua y Literatura



[1] Cortázar, Julio, “El otro cielo” en Todos los fuegos el fuego, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1977, página 172
[2] Cortázar, op. cit., página 170
[3] Cortázar, op. cit., página 191

[4] Cortázar, op. cit., página 178
[5] Cortázar, op., cit., página 197
[6] Cortázar, op. cit., página 167
[7]Cortázar , op., cit., página 197
[8] Borges, Jorge Luis, “El sur”.