...que los caminos se bifurquen en escritura que se bifurca en escritura que se bifurca en escritura que se bifurca... Que el pensamiento se haga red y la red, encuentro...

miércoles, 31 de agosto de 2011

¿Qué ves? ¿Qué ves cuando me ves?: una lectura de El Dragón rojo de Brett Ratner (por Jimena Bramajo*)

“¿Qué ves cuando me ves?/ Cuando la mentira es la verdad. . .”, cantaba hace ya algún tiempo una vieja banda de rock argentino.
Y es ésta la incógnita planteada que nos inquieta muchas veces, que nos lleva a cuestionarnos qué somos realmente, y qué o cuánto de eso reflejamos en los demás.

Lo cierto es que sin saberlo, casi mecánica e inconscientemente somos uno y muchos a la vez, que vivimos tras máscaras sociales: no somos los mismos un lunes a la mañana en el trabajo, que un viernes por la noche con amigos o la familia. Sin embargo, es importante tener en cuenta que en verdad somos siempre los mismos, sólo que nuestro comportamiento cambia frente a determinadas circunstancias sociales que así lo requieren. 
El problema se plantea cuando el cambio va mucho mas allá, cuando ya no se siente que es uno el que se amolda a una determinada circunstancia, sino que se experimentan ciertas alteraciones de la personalidad, o la sensación de la coexistencia de dos o más identidades o estados de la personalidad que controlan el comportamiento del individuo de modo alternante. 
Expertos en el tema denominan a este síndrome “trastorno de la identidad disociativa” o “T.I.A”, trastorno que sufre Francis Dolarhyde protagonista de la versión cinematográfica de El dragón rojo, película estadounidense dirigida por Brett Ratner, estrenada en 2002 y basada en el libro El dragón rojo de Thomas Harris. Es la primera película de la saga de Hannibal Lecter y segunda adaptación de la novela, tras Manhunter.
Lo cierto es que Francis, o el Señor D, representa un personaje traumado por una infancia de abusos y maltratos, consumido por la idea de una transformación que acerque a él y a sus víctimas a las concepciones del artista y poeta William Blake, plasmadas en la imagen del “Dragón rojo”.
Es así que Francis entrenará su físico de manera obsesiva con la idea de "renacer", de poder ser otro diferente del que fue, y del que inevitablemente es. El simbolismo del Dragón Rojo tatuado en su espalda expresa el estado patológico de necesidad de cambio en su cuerpo y en su alma.
Freud en su articulo “Lo siniestro”, plantea que lo extraño tiene una relación directa con lo siniestro y que esto no suele suceder fuera del contexto de la vida cotidiana, sino que es aquello que podemos encontrar en nuestro día a día. La interpretación que hace Freud es que la sensación de extrañeza ocurre porque se despiertan ciertos fantasmas inconscientes reprimidos desde los primeros años de vida del individuo. 
De este modo, entendemos que la triste y desolada infancia que tuvo que atravesar Francis por sus deformaciones y su posterior abandono familiar, lo marcaron lo suficiente como para generar su posterior odio y rencor social, que arrancó lo peor de él y que lo convirtió en un monstruo.
Es así que Francis encarnará por un lado al hombre atractivo, misterioso y retraído que logrará la atención de las mujeres, así como también logrará el amor de Rena y, por otro lado, será la encarnación misma del dragón que busca a sus víctimas en noches de luna llena, que sin escrúpulos las tortura, las asesinas y les coloca pequeños fragmentos de vidrios en las órbitas de sus ojos para que parezcan vivos, para que sirvan de espectadores mientras él realiza los actos más macabros y perversos. 
Francis, en un diálogo con Lounds, el periodista del nacional , secuestrado en ese entonces, le dice “No soy un hombre, empecé como tal, pero cada ser que cambio me convierte en algo más que un hombre”.
Minutos más tarde, le pregunta: ¿Quiere saber quién soy? Y como respuesta le presenta ante sus ojos su cuerpo desnudo, cubierto por la imagen del dragón rojo.
Las fotos de sus víctimas pondrán en su propia boca la palabra “transformación”, término que quedará ligado a las imágenes posteriores, en donde se muestran los cuerpos de sus víctimas antes y después de su sangriento accionar, y utilizará el término “renacida” para calificar a una de ellas ya fallecida, torturada, y con vidrios en sus ojos.
Francis le hablará también de su transformación, y la historia terminará de cerrar para nosotros como espectadores, cuando entendamos qué es lo que él siente o experimenta en esas transformaciones: “Yo soy el dragón, y usted me llama demente”.

El doble se presentará a través de la mutación, de la metamorfosis que experimentará este individuo, y que lo llevará a cometer los actos más perversos e impuros.
La debilidad de Francis, de este personaje monstruoso, será su amor Rena, muchacha ciega, que consigue arrancar los sentimientos más puros del protagonista, quien no dejará que el Dragón se la lleve y, para evitarlo, en un acto de ira y desesperación, intentará suicidarse e incendiará su propia casa, así como también ingerirá la pieza auténtica en donde estaba plasmada la imagen del dragón rojo, buscando la manera de que este monstruo ya no domine sobre él, que no convierta a Rena en otra de sus víctimas, y como él mismo suplica mirando por el ventanal que “aunque sea se la deje sólo por un tiempo más.(…) porque es buena, porque le hace bien…”
El bien y el mal serán protagonistas alternados en esta historia y a partir de esta dicotomía se desarrollarán un sin fin de hechos indescifrables y extraordinarios que nos revelarán que nada permanece, que todo está en un constante proceso de cambio y que, cuando dos versiones de uno mismo chocan, definitivamente el choque es traumático, difícil, temible, destructor.
Y aún cuando los encuentros no son tan complejos, monstruosos o perversos, aún cuando el "otro yo” no es un ser macabro ni siniestro, el choque se vuelve difícil de sobrellevar, porque todos, en definitiva, nos encontramos con nuestro “otro yo” y ese encuentro muchas veces es traumático. 
Muchas otras, sólo se vuelve nostálgico: cuando encontramos esa vieja fotografía en el fondo del baúl, cuando un recuerdo viene a nosotros o cuando una persona vuelve a nuestra vida y trae consigo imágenes del pasado... Lo cierto es que nos encontramos una y otra vez con nuestros otros “yo”, con lo que fuimos, con lo que el paso del tiempo ya no nos permite ser. Así como también nos encontramos con nuestro “otro yo” que no habla en pasado, sino que nos acompaña en presente y lucha a diario por vencernos, el “yo” reprimido, que se encuentra en lo oscuro, en lo oculto, y que lucha por salir a la luz y dominarnos.
Lo importante en todo caso será no perder el control y no dejarnos vencer nunca por el otro que no queremos ser. 

¿Qué ves? 



¿Qué ves cuando TE ves?

* Jimena Bramajo es profesora de Lengua y Literatura.